La barriada que nació para tapar las vergüenzas de Barcelona. Segunda Parte.

          Y, le pusieron de nombre, Eduardo Aunós.

Con  la experiencia adquirida desde 1870 sobre el crecimiento del barraquismo en Barcelona, los responsables políticos daban la espalda a una realidad que crecía y crecía a sabiendas de que aquellos nuevos núcleos de barracas de inmigrantes se seguirían esparciendo a lo largo y ancho de la ciudad. Sin embargo, las autoridades vigentes no fueron conscientes y capaces de resolver el problema que había florecido delante de sus ojos. No se trataba pues de barriadas asequibles, bien equipadas y con parques y jardines, calles y plazas asfaltadas o adoquinadas y servicios donde los niños pudieran jugar, estudiar y crecer sanos y salvos de la falta de higiene. Una sinrazón sin precedentes de previsión real inmediata y no futurista que las autoridades ocultaban, una historia reciente que ya duraba muchos años, donde el día a día marcaba la cruda realidad de la triste situación en la que se encontraban aquellas calles y plazas sin asfaltar y sin equipamientos. Sin embargo, en las mentes de los inmigrantes florecía día a día la esperanza de encontrar alguna vivienda digna. Todo seguía igual, barracas y chabolas sin espacios urbanizados y sin escuelas para los niños, en las calles, tierra y polvo, agua y fango, eran elementos añadidos, sin luz ni agua corriente, quizás una sola fuente para uso y disfrute de todos, donde sus moradores intentaron construir sus viviendas dentro de un orden, «desordenado», pero eficiente y vitales para su subsistencia, y donde los responsables políticos solo se acordaban de dar solución a los problemas de la ciudad cuando San Pedro tronaba, o sea, cuando se iba a realizar algún gran evento, como ya había sucedido con la Exposición Universal de 1888.

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